Bipolaridad
Dos polos se encaraban en medio de un claroscuro, a contraluz: uno representaba el binomio de la ironía y el desprecio; el otro, el de la rabia y la indignación.
“Hay que confiar primero en uno mismo y en su idea para convencer después también a los otros de estar en lo correcto”, creyeron oír unos de un lado y del otro, aunque se habrá dicho mentalmente porque en realidad aquello nunca llegó a escucharse. Quizá —pensó alguien más— la culpa de todo era del ruido: un palmoteo primitivo buscaba ensordecer los coléricos gritos o la fiereza de los alegatos.
Dos polos se encaraban en medio de un claroscuro, a contraluz: uno representaba el binomio de la ironía y el desprecio; el otro, el de la rabia y la indignación.
“¿Por qué botas las botas?”, preguntaron la rabia y la indignación a la ironía y el desprecio.
“Dime antes de cualquier cosa por quién o a quién votas y te diré quién eres o mereces ser”, escupió el dúo de los últimos.
En ese momento, se acercó con prontitud un ente de rara forma y dudoso racero a mediar entre polo y polo, buscando apaciguar la bipolaridad antagónica que reinaba en el recinto.
“¿Acaso se te ha olvidado lo que nos ha costado aprender a contar hasta 6402?”, replicó el ente en defensa de la rabia y la indignación. “Necesitamos esforzarnos muy duramente para recordar cifras como esta porque vivimos en un lugar donde los eventos y los acontecimientos son más fugaces que nuestra capacidad de retención. Nos falla la memoria”, agregó.
Foto: Diego Cuevas (El País)
“Todo lo contrario”, respondieron emocionados al unísono la ironía y el desprecio.
“Parecen ser otros quienes ya no recuerdan que aprendimos a usar los números para contar armas y edades, más no almas”, sostuvieron. “Luego descubrimos lo que los sabios de Oriente llamaron un signo positivo y lo agregamos al 57, porque estos son los máximos dígitos que somos capaces de contar y reconocer como reales. Algunos aseguran que el signo es falso y queremos que prueben la acusación”, señalaron con firmeza.
“¿No debería avergonzarte el hecho de que exista mayor relevancia en eso y que se ignore lo que representa cada una de estas botas?”, preguntaron en coro la rabia y la indignación, absortas y presas de la frustración. Ambas vociferaron:
“¡Son muertos que salieron descalzos de sus sepulcros entre la maleza cuando pasaron por aquí los generales y sus ejércitos, cumpliendo las órdenes del rey de Nápoles!”.
Entonces, con tono acusador, increparon al otro dueto:
“¿Botaría las botas el rey de Nápoles si fuesen las de los soldados de sus propios ejércitos?”.
Y sonrientes, con cínica tranquilidad, la ironía y el desprecio respondieron:
“Poco importa quién lleva puestas la botas. Lo importante es por qué obedecen los soldados y quién da las ordenes a los ejércitos”.
Descorazonado, el polo de la rabia y la indignación sólo atinó a bajar la voz susurrando: “a orillas del Mediterráneo han venido sembrando el mismo argumento”.
Grafomelómanus H.